Lic. Ricardo Cano Castro

El sistema parece cerrado, atrapado en su propia inercia, incapaz de romper el círculo vicioso del crimen.

Por más que las autoridades intenten justificar su ineficacia, la realidad es que la inseguridad en Tijuana, bajo la administración del Profe Ismael Burgueño, ha alcanzado un punto crítico de máxima entropía. A un poco más de 90 días de su gestión, la dispersión de esfuerzos y la ausencia de resultados concretos confirman que el caos ha superado al orden, dejando a la población sumida en un estado de constante incertidumbre y vulnerabilidad.

La entropía, ese concepto de la física que mide la energía no utilizable dentro de un sistema, se convierte en una metáfora adecuada para describir la inoperancia de la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana.

La energía del aparato gubernamental del Ayuntamiento parece estar presente, pero está dispersa, mal gestionada, desperdiciada. Las buenas intenciones —o, en el peor de los casos, las simuladas— no son suficientes cuando no se concentran en un objetivo claro.

Dispersión y fracaso

En Tijuana, como en otras partes de México, los índices de inseguridad no han mostrado signos de mejora. Los recursos destinados a la seguridad no se traducen en resultados palpables porque se diluyen en una maraña de intereses políticos, burocracia ineficiente y estrategias reactivas en lugar de preventivas. El sistema parece cerrado, atrapado en su propia inercia, incapaz de romper el círculo vicioso del crimen.

El crimen organizado, por su parte, opera como un sistema también cerrado pero eficiente. Sus movimientos, aunque complejos, pueden ser predecibles si se utiliza inteligencia estratégica. Sin embargo, la falta de voluntad política y el desinterés por implementar políticas de largo plazo han dejado a las instituciones de seguridad en una posición de debilidad estructural.

El problema no es la falta de energía, sino su dispersión.

El fracaso de las estrategias de seguridad no radica en una supuesta falta de recursos, sino en la dispersión de esfuerzos. Las políticas públicas son diseñadas como parches temporales, sin una visión integral que aborde las raíces de la inseguridad. Mientras tanto, los ciudadanos siguen pagando el precio de una estrategia fragmentada, donde la energía disponible no se canaliza hacia un propósito claro.

El gobierno municipal, estatal y federal parecen ignorar que el crimen no es un ente amorfo. Sus dinámicas pueden ser estudiadas, sus patrones anticipados y sus redes debilitadas, pero esto requiere concentración, análisis y, sobre todo, decisión. En lugar de eso, los recursos se dispersan en iniciativas aisladas, mientras que las fuerzas del orden se ven rebasadas por la complejidad de un sistema criminal que sí opera con precisión quirúrgica.

Disminuir la entropía

La solución no está en aumentar la cantidad de recursos, sino en disminuir la entropía del sistema. Esto significa concentrar esfuerzos, alinear objetivos y establecer prioridades claras. Requiere, además, una reestructuración que elimine la corrupción y el desinterés en las instituciones responsables de la seguridad pública.

En términos prácticos, esto implica:

1. Fortalecer la inteligencia policial: Diseñar estrategias basadas en el análisis de datos y la anticipación de movimientos criminales.

2. Reorganizar prioridades: Dirigir los recursos hacia la prevención del delito y no solo hacia la respuesta reactiva.

3. Establecer indicadores de desempeño claros: Evaluar continuamente las acciones emprendidas y ajustar estrategias en tiempo real.

4. Fomentar la coordinación interinstitucional: Asegurar que los diferentes niveles de gobierno trabajen en conjunto, con objetivos comunes y no en agendas paralelas.

La inseguridad no es un fenómeno incontrolable. Con voluntad y estrategia, es posible devolver el orden a un sistema actualmente sumido en el caos. Pero mientras no se disminuya la entropía que consume a nuestras instituciones, los ciudadanos seguirán viviendo bajo la sombra de la violencia y la incertidumbre.

En resumen

El Profe Ismael Burgueño tiene una oportunidad invaluable para demostrar que su administración puede superar la inercia de la entropía y encauzar las energías dispersas hacia un cambio real.

Al inicio de su gestión prometió un plazo de meses meses para que se perciba un cambio en la ciudad, va a la mitad del camino. Sin embargo, el tiempo apremia, y la paciencia de la ciudadanía no es infinita. En sus manos está la posibilidad de transformar el caos en orden y devolver a Tijuana la seguridad que tanto necesita.

Pero para lograrlo, se requiere algo más que discursos y promesas: se necesita acción, concentración y voluntad política. ¿Estará dispuesto a reducir la entropía y enfrentarse al desafío? El reloj sigue corriendo.

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Lic. Ricardo Cano Castro

Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Baja California, con Maestría en Docencia y formación complementaria en Filosofía y Desarrollo Humano. Profesional con experiencia en el sector público como asesor en Regidurías y en el ámbito educativo, destacándose como director de instituciones privadas de nivel medio superior. Emprendedor apasionado por el desarrollo integral de las personas, con un profundo compromiso con la filantropía y la construcción de un impacto positivo en la sociedad. Además, orgulloso padre de familia y promotor de valores humanos en todas sus actividades.

Esta columna no refleja la opinión de Plural.Mx, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor