Editorial Dominio Público BC 

En el ámbito del arte de la guerra, resulta esencial dominar y gestionar el empleo estratégico de la fuerza, así como los recursos económicos, humanos y materiales, adicionalmente al control efectivo de los territorios.

Este vasto campo de estudio ha generado una extensa bibliografía especializada, así como la formación de expertos, generales, instituciones académicas y cursos dedicados a su enseñanza, lo cual dificulta abordarlo en su totalidad dentro de un espacio limitado.

Sin embargo, cabe destacar que este conocimiento raramente es aplicado por quienes integran el mundo delictivo.

Las acciones criminales suelen ejecutarse bajo criterios de conveniencia inmediata, prescindiendo de una planificación estratégica profunda.

Históricamente, la humanidad ha estado inmersa en discrepancias y conflictos bélicos motivados por múltiples causas. Estos enfrentamientos han surgido en ámbitos comunitarios, extendiéndose desde pequeñas aldeas hasta confrontaciones nacionales.

A pesar de sus variaciones en escala e intensidad, todos estos conflictos se encuentran unidos bajo un denominador común: su naturaleza intrínsecamente humana.

Su análisis ha dado lugar a una disciplina consolidada conocida como el arte de la guerra.

En este sentido, un mayor grado de conocimiento en esta materia provee herramientas valiosas para afrontar y resolver discrepancias, malentendidos y enfrentamientos en diferentes áreas como la política, la economía o el ámbito social.

Sin embargo, al examinar el fenómeno específico de la delincuencia organizada bajo esta óptica estratégica, emergen patrones marcados por la falta de previsión y errores recurrentes.

El delincuente común, en términos generales, limita su planificación a tres componentes: ejecutar el crimen, diseñar una ruta de escape y decidir en qué invertir los beneficios económicos obtenidos.

Rara vez contempla escenarios futuros ni desarrolla estrategias para afrontar imprevistos como su posible detención. Como resultado, es frecuente que agote sus recursos en actividades dispendiosas—ya sea en fiestas, lujos o propiedades—sin destinar un porcentaje significativo a garantizar una defensa judica sólida.

Ante la eventualidad de ser aprehendido y cumplir una condena, esta falta de previsn culmina en la reincidencia del delito. Un patrón similar puede observarse dentro de las dimicas operativas de las organizaciones criminales más sofisticadas.

Estos grupos suelen competir por territorios clave—plazas, ciudades y vecindarios enteros—para expandir sus mercados ilícitos. Sin embargo, muestran una marcada deficiencia en la asignación estratégica de recursos económicos.

La inversión destinada al equipamiento avanzado de sus elementos o a la planificación a largo plazo para sostener enfrentamientos prolongados es generalmente insuficiente.

Esta carencia estratégica se ve agravada por la alta rotación en su liderazgo intermedio; cuando una organización criminal es parcialmente desmantelada, los puestos vacantes suelen ser ocupados por individuos inexpertos, carentes de conexiones influyentes y visión operativa.

Dado que estas organizaciones enfrentan continuamente tres frentes paralelos—la confrontación con las fuerzas gubernamentales y al menos dos cárteles rivalessu capacidad operativa tiende a erosionarse rápidamente.

Este desgaste implica un debilitamiento progresivo en sus recursos humanos, materiales y financieros, lo que con frecuencia deriva en su colapso y eventual reemplazo por nuevos grupos emergentes.

Este patrón no se limita al ámbito criminal; también se refleja en conflictos a nivel internacional, donde numerosos Estados han experimentado debilitamientos drásticos al sostener enfrentamientos bélicos prolongados, ya sean de carácter externo o interno.

A corto plazo, estas dinámicas generan fracturas profundas incluso dentro del entramado financiero y social del crimen organizado. Aquellos aliados que en algún momento provan apoyo estratégico—sean políticos, empresarios o inversionistas—tienden a desvincularse conforme perciben señales de debilidad que amenazan sus propios intereses.

La falta de capacidad para resistir operaciones prolongadas y bajas significativas suele precipitar dichas deserciones. Las fuentes económicas del crimen organizado son variadas e incluyen actividades como el tráfico de armas, el secuestro, la extorsión, el tráfico de personas y el comercio ilegal de estupefacientes.

Recientemente han ampliado su influencia hacia la arena política en diversos contextos nacionales, incluyendo casos notorios dentro del ámbito político mexicano.

No obstante, los ingresos generados por estas actividades tienden mayoritariamente a ser canalizados hacia gastos improductivos como bienes raíces, fiestas extravagantes y vehículos lujosos.

Pese a su afluencia económica, estas organizaciones rara vez emplean parte de estos recursos financieros en adquirir conocimientos estratégicos sobre la administración eficaz de conflictos o el arte mismo de la guerra. Este vacío cognitivo refleja tanto su perspectiva cortoplacista como su limitada capacidad para sostener operaciones de largo alcance o gestionar adecuadamente su incursión en escenarios más complejos.